Aprender a comunicarse

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Esta noche estaba pensando el el domingo, en el evangelio que se lee en misa ese día. Un amigo me pasó unas ideas para la homilía que me gustaron y las empezé a adaptar a mis forma de entender el grave problema de comunicación que existe en nuesta sociedad llamada de la comunicación y de la información, donde cada vez hay más gente sola e incomunicada. Y si no nos relacionamos con los demás, tampoco nos podremos relacionar con Dios.

Bueno, pero no voy a repetir la reflexión, la transcribo a continuación, a ver que os parece.


Aprender a comunicarse

Hay muchas clases de soledad. Algunos viven forzosamente solos. Otros buscan la soledad porque desean «independencia», no quieren estar «atados» por nada ni por nadie. Otros se sienten marginados, no tienen a quien confiar su vida, nadie espera nada de ellos. Algunos viven en compañía de muchas personas, pero se sienten solos e incomprendidos. Otros viven metidos en mil actividades, sin tiempo para experimentar la soledad en que se encuentran.
Pero la soledad más profunda se da cuando falta la comunicación. Cuando la persona no acierta ya a comunicarse, cuando en la familia cada uno va por su lado, cuando las personas sólo hablan de cosas superficiales, cuando nos aislamos evitando todo encuentro verdadero con los demás.
La falta de comunicación puede deberse a muchas causas. Pero hay, sobre todo, una actitud que impide de raíz toda comunicación porque hunde a la persona en el aislamiento. Es el temor a confiar en los demás, el retraimiento, la huida, el irse distanciando poco a poco de los demás para encerrarse dentro de uno mismo.
Este retraimiento impide crecer. La persona «se aparta» de la vida. Vive como «encogida». No toma parte en la vida porque se niega a la comunicación. Su ser queda como congelado, sin expansionarse, sin desarrollar sus verdaderas posibilidades.
La persona retraída no puede profundizar en la vida, no puede tampoco sentirse a gusto con lo que hace. Cuanto más se fomenta la soledad, por los motivos que sea, la persona «se aísla» cada vez más y se va incapacitando para todo encuentro con los demás. Llega un momento en que uno no acierta ni a comunicarse consigo mismo. De este modo tampoco nos podemos comunicar con Dios. Porque también tenemos que relacionarnos con Dios. Lo haremos tal y como lo hagamos con los demás.
La fe es siempre llamada a la comunicación y la apertura. El retraimiento y la incomunicación impiden su crecimiento. Es significativa la insistencia de los evangelios en destacar la actividad sanadora de Jesús que hacía «oír a los sordos y hablar a los mudos», abriendo a las personas a la comunicación, la confianza en Dios y el amor fraterno.
El primer paso que necesitan dar algunas personas para reanimar su vida y despertar su fe es abrirse con más confianza a Dios y a los demás. Escuchar interiormente las palabras de Jesús al sordomudo: «Effeta», es decir, «Ábrete», «Confía en mí».

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